Comidas y rituales pueblerinos

He finalizado por estos días la lectura de una novela escrita por un geólogo platense al que se le da muy bien el don de la literatura. Se llama El Desierto de la Melancolía, su autor es Raul Benialgo, y podríamos encuadrarla dentro del género del policial. Y sería una injusticia. Porque lo que Benialgo hace es contar una historia de asesinatos en un pueblito patagónico, pero le incorpora elementos de lo fantástico (algo también de mitologías y creencias) y les aseguro que el resultado es un libro que te mantiene en vilo hasta sus últimas páginas.

Ahora bien: y el nexo con lo que a menudo constituye el núcleo de este sitio web, y ¿que esperan nuestros lectores? Bueno, ahí vamos. Ya desde el primer capítulo, y en momentos en que llega al pueblo apócrifo de San Benjamín del Tigre ( qué nombre tan literario, verdad?) nuestro protagonista principal es convidado a comer un cordero en horas del mediodía (estaba clavado a un asador junto a una pila de leños, nos cuenta el autor) invitación que declina porque tiene otras urgencias.

Con el correr de la novela, habrá otros ofrecimientos similares. Y esta vez sí el hombre aceptará, tal vez porque rápidamente entiende que en la idiosincrasia pueblerina un desplante tiene fuertes connotaciones. De modo que habrá otros corderos, y nuevos encuentros en derredor de un fuego. Hago aquí una pequeña digresión, sumando algún elemento producto de la propia experiencia.

Nuestro protagonista es también platense, como el autor, del barrio de Tolosa para ser más exactos. ¿Habrá sido puesto a prueba como a menudo sucede con el ritual de iniciación en el arte de comer al pan, es decir sin la ayuda de platos y utensilios? No lo sabemos, pero es muy probable. Y si así fue, estamos en presencia de manos que se cubren de grasa muy rápidamente y a las que se limpia con repasadores dispuestos generalmente en sitios impensados.

Algunas páginas después, aparece otra costumbre muy propia de las localidades del interior: el único hotel del lugar en el que alojarse, que cuenta con su propio restaurante, y en el que inevitablemente almuerzan y cenan los viajantes, transportistas, y eventualmente un Fiscal de
Instrucción como Mauro Alves (protagonista de la novela) que llega al lugar para investigar un crimen. Acá el menú es siempre muy básico (en esta historia se habla de bifes a la criolla en alguna oportunidad, o fideos con aceite y queso,en otra) y se repite invariablemente a lo largo de los años.

Pero como todo pueblo que se precie de tal, tiene que haber un Club Social y Deportivo. Y en nuestro San Benjamín del Tigre está el Providencia. El encargado de su barra ofrece un aguardiente hecho en la zona, casero pero que se deja tomar (explica), que es un destilado de tuna. Según la gente vieja quien lo comenzó a hacer fue un ruso, uno de los primeros pobladores de la región. Servido en chupitos, se describe a la bebida como «un líquido blancuzco, un poco turbio, opalescente. Un alcohol áspero, de un suave amargor, que al personaje le hace picar la garganta y lo pone a carraspear. Parecido al tequila o a algunas grapas fuertes», agrega.

Y para ir finalizando, mención especial para uno de los sitios mejor descriptos de la novela: el ABC. Se trata del lupanar del pueblo, adonde se va en busca de sexo pago, identificado con los ya míticos faroles amarillos en la puerta, y en donde las chicas fuman cigarrillos armados y toman cervezas de dudosa calidad. El porqué del nombre, ABC, se los dejo como una incógnita para que vayan en busca de esta muy buena historia novelada.

Hasta la próxima!!

 

 

Alejandro Bidart

Periodista y citybellense por adopción.

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