Buenas noches, ante todo. Dias atrás, en una librería de saldos del centro platense, me hice de un ejemplar del hermoso trabajo que Miguel Grinberg (uno de mis referentes del periodismo cultural argentino) publicó en 2004 para homenajear y perpetuar su recuerdo del escritor polaco Witold Gombrowicz. La amistad entre ambos comprendió varios de los 24 años que WG vivió en la Argentina, país al que arribó en un barco en 1939 para hacer un trabajo que le habían encomendado, y en el que se tuvo que quedar a la fuerza debido al inicio de la Segunda Guerra Mundial y a la consiguiente invasión que sufrió su país de origen en ese momento.
El libro en cuestión recopila muy buen material sobre la vida del autor de Ferdydurke, incluida la correspondencia entre Miguel y el polaco en los años en que este regresó a Europa tras su estadía argentina (que incluyó la ciudad de Tandil, entre otros sitios).
Y mientras leía y releía los textos, comenzó a asaltarme una duda: ¿qué platos y comidas fueron del agrado del casi Premio Nobel de Literatura? ¿Comía sólo platos preparados en base a recetas europeas? Adoptó nuestras costumbres? Como en el libro no había ninguna referencia al respecto, tomé una decisión. Sabiendo de antemano que Miguel Grinberg anda con algunos temitas de salud, le escribí un correo a su compañera Flavia Canellas Grinberg solicitándole tuviera a bien escribirme unas líneas al respecto. La respuesta llegó dos días después, y en ella me decía que me agradecía el interés, que Miguel recordaba el amor por el asado criollo despertado en Gombrowicz, y que me recomendaba leer su Diario Argentino, diario que escribió durante muchos años y donde seguramente encontraría las respuestas que buscaba para esta columna.
Y ahí comencé una nueva búsqueda, ya que en librerías argentinas ese Diario no se encuentra, y entre mi núcleo de amigos lectores consultados nadie recordaba siquiera haberlo leído. Una vez más, Internet era la única posibilidad. Tras una primera búsqueda, aparecieron unos fragmentos del diario en PDF que rápidamente me descargué. Y de este primer acercamiento, cito textual un fragmento en el cual WG recibe en su casa de Vence la visita de Ernesto Sabato y esposa (tal vez el único escritor de renombre de nuestro país con el que trabó una amistad).
“Mañana llega Arnesto con su mujer por un día, o dos, yendo de París a Roma. Le daremos 1º Crevettes, salsa mayonesa, vino blanco. 2º gansa con confitura .3º una taza de caldo. 4º quesos. 5º Bomba de creme, chocolat. 6º café, cognac. Ando mejor de salud (…) Viejo, aquí a cada rato alguien llega, estuvo Arnesto con Matilde y estaban despavoridos porque Rita dijo que yo bebía champaña el día de la muerte del Che”.
Nótese que al escribir Arnesto en vez del correcto Ernesto del nombre del autor de Sobre Héroes y Tumbas, Gombrowicz se reía de su propia pronunciación. Y la Rita aludida, es quien fuera en un principio su asistente y finalmente su pareja hasta el final de sus días.
Y he aquí un hermoso párrafo sobre nuestra comida típica más preciada:
“¿Qué es un asado? Se hace un fuego, se asan unos enormes pedazos de carne, por ejemplo de ternera, a fuego lento mientras la grasa gotea; aparte se prepara una montaña de rebanadas de pan y una batería de botellas de vino tinto; luego, cada uno cuchillo en mano, se acerca de un salto, corta el mejor trozo que encuentra y lo devora sobre el pan al tiempo que va echando tragos de vino”
O este hermoso fragmento: “De ningún modo resulta indiferente gustar de las ostras… o de los caracoles, o de los camarones, por poco que sepamos extraer de la significación existencial de los alimentos. De manera general, no existen gustos o inclinaciones irreductibles. Todos ellos representan una cierta elección apropiativa del ser. Cuando comemos una cucharada de miel o melaza, lo dulce expresa la viscosidad (…). Esto ocurre de la misma manera como una función analítica expresa una curva geométrica. Si como una torta rosada, el gusto es rosado; el suave perfume dulce y la untuosidad de la crema de mantequilla son rosados”.
Y en esto de las búsquedas de Internet andaba, cuando de pronto me topé con una columna escrita por un colega uruguayo llamado Juan Carlos Gómez que parece también frecuentó la amistad de WG. En ella hay algunos párrafos extraordinarios que me dispongo a transcribir:
“En esto la cocina polaca pobre no se puede comparar con la argentina, pero la refinada es una arte con el que no puede soñar la mesa argentina, pues la mesa argentina carece de imaginación y no siempre es hospitalaria y bien surtida. Gombrowicz anda buscando cuánto le pueden decir las comidas sobre el carácter nacional y empieza por excluir las diferencias originadas en el clima. El frío obliga a los polacos a las comidas espesas y grasosas que contrastan con la ligera moderación latina. Reconoce que, como en tantas otras cosas, en la manera de comer polaca existe un elemento de locura viciosa, consecuencia de la actitud enfermiza y demoníaca que tienen los polacos frente al placer. Una pequeña cantidad de bebida y de comida le proporciona a los polacos un verdadero deleite. “Me parece que en cuanto a la comida, en la Polonia proletaria se debería tender precisamente a una solución semejante a la argentina: la misma comida para todos y sin pretensiones. Sólo que… ¿cuándo el proletario polaco tendrá al menos una vez al día un bistec como ocurre en la Argentina?” Sea como fuere las comidas de Gombrowicz son más o menos normales, las de Sartre en cambio son un tanto extrañas.
Y para el final, unas encantadoras observaciones hechas por el colega uruguayo (y mezcladas con textuales del propio Witoldo) acerca de un restaurante llamado Sorrento que ambos frecuentaban:
Mesas recubiertas de manteles bordados, cubiertos ingleses de plata, velas y flores. Un rostro radiante de propietario efímero pero soberano de todo aquel lujo. Para Gombrowicz era un ejercicio con la forma, fiestas a la antigua con la hospitalidad y el gusto por recibir que le venían de las tradiciones familiares. El restaurante Sorrento, donde acostumbraba a comer, se convirtió en un santuario gastronómico. Allí recibí enseñanzas sobre los modales de la mesa: el cuchillo sólo se utiliza si no se puede prescindir de él, nunca para una omelette, una tarta, con el tenedor alcanza; la cuchara debe ingresar de costado a la boca, nunca de punta. El caldo se debe absorber en silencio; no se deben tomar los alimentos con las manos; lo que ingresa a la boca no puede salir por la boca: ¿Y los carozos y las espinas?; –Arréglese, hay que sacarlos antes; jamás usar mondadientes y mucho menos Y llevarse una mano a la boca para ocultar las maniobras que se hacen con él. Basta decir que Gombrowicz violaba una por una todas estas prohibiciones. ¿Qué hace, Gombrowicz?; –Vea, Gómez, una vez que se sabe, está permitido.
Y me parece que con estas notas finales teñidas de humor podemos llegar al final de esta columna. Una columna que se inició con un libro comprado en una librería platense que asegura va a cerrar definitivamente, pero hasta ahora prolonga su agonía (ojalá no cierre, por cierto) y que continuó con un mail enviado a la compañera del eterno Miguel Grinberg ( el Antropólogo del Rock, como firmaba sus columnas en una de las revistas que me formaron durante la adolescencia).
Si encuentran Ferdydurke o Pornografía o cualquier libro de Gombrowicz por ahí, no duden: a zambullirse de cabeza en esas lecturas. Y si algunos de los manjares citados en esta columna llega a vuestros estómagos…pues buen provecho.
Hasta la próxima.