Las circunstancias bajo las cuales descubrí a Aurora Venturini, tardíamente, merecen unas líneas introductorias. Allá por el año 2007, un escritor amigo (vamos a conservar el anonimato), me cuenta que otro escritor (amigo de él, y acá también vamos a conservar el anonimato) estaba participando como jurado del Premio Nueva Novela del Diario Página 12 de aquel año. Y que entre los cientos de originales que había leído se encontró con uno escrito a máquina, con las correcciones hechas como si se tratara de un iniciado (tachaduras, por ejemplo) y elaborado sin utilizar casi signos de puntuación, en un tono feroz y arrollador.
Y extraordinario, por supuesto. Estaba firmado bajo el seudónimo Beatriz Portinari, y resultaba muy difícil avizorar quien se escondía detrás de aquel texto. Un genio? Un orate? Algunos meses después esa novela, llamada La Primas, ganaba el Concurso y gran parte del mundo literario descubría a Aurora Venturini. Y con ella, a una mujer de 85 años con una vida por detrás rica en aventuras, protagonista de sucesos históricos (su amistad con Evita, Sartre, Victoria Ocampo, Simone de Beauvoir) y con un humor fulminante. Lo que vino después ya es más conocido, y todo terminó con la muerte de Aurora en 2015 y la reciente publicación de unos cuentos inéditos y otra novela (continuación de aquella) mas la reedición de algunas cosas que ya habían visto la luz. Apenas 8 años entre su consagración y su deceso. Pero un legado literario vivo, esperando ser descubierto por quienes aún no lo hicieron.
Y en esos textos, situados casi en su totalidad en la ciudad de La Plata, todo un universo de lugares perfectamente reconocibles para quienes aquí vivimos. Y una relación con la comida (y con la acción de comer y/o alimentarse ) de la que nos vamos a ocupar en esta columna.
Ante todo, mención especial al vocabulario que empleaba Aurora: “Carmela preparaba la cena de pucheros varios que él prefería a cualquier otra pitanza..” Este último término, pitanza, no es muy frecuente encontrarlo en la literatura. Remite fundamentalmente a la ración de comida que se les daba a los pobres por caridad, por ejemplo en Conventos. Y tomando este tema de la austeridad al servicio de la manducación (otro término muy empleado por la autora en su prosa), vaya un párrafo revelador: “Tomaré unos mates. No deseo comer. Saben? Casi nunca sufro de hambre” (…) “Yo estaba harta de puchero todos los días.En el fondo cacareaba un gallinero que nos daba de comer y en la quintita brotaban zapallos milagrosamente dorados soles desbarrancados, y sumergidos desde alturas celestiales a la tierra, crecían junto a violetas y raquíticos rosales que nadie cuidaba, ellos insistían en poner la nota perfumada en aquel albañal desgraciado”.
O este otro: “La empleada de servicio le preguntó si cenaba. Tili respondió: Traiga la botella de champagne rosé de la bodega y postre imperial”(…) «Comidas y bebidas a deshora, excentricidades varias. Una salida a un bar, en busca de algo fresco para tomar, se convierten en un emparedado de jamón y un espumante. Y también un cognac” (…) ”En la viñatería compró dos botellones de Vino Cangiani” (…) “Voy a comer dos sanguches y beberé café con leche y me doy por cenada..” y así, varios ejemplos más.
Pero les hablaba de lugares. Y Aurora frecuentaba algunos con bastante asiduidad. Por ejemplo el recordado restaurante La Aguada, de calle 50 (entre 7 y 8), que durante 77 años alimentó a los platenses y a los viajeros, y terminó sus días allá por el año 2016 sumido en una crisis que no pudieron remontar sus trabajadores, aún a pesar de haberlo sostenido como cooperativa en los últimos años. Gran parte de su mobiliario y utensilios y objetos varios fueron subastados, y hoy están en los hogares de sus nostálgicos compradores. Pero Aurora hablaba así del recordado reducto: “La Profe de Letras almorzaría en el restorán La Aguada de Calle 49, sola. (nótese el error en la calle). “La hamburguesa le gustaba. Especialidad de la casa. Ordenó Gran Bismarck y tinto Toro Viejo. Colocaron en la mesa el anchísimo bife sangrante…”
Hago aquí una pequeña digresión: cuando adelanté en las redes que trabajaba en la realización de esta columna alguien me escribió para aportarme que cierta vez fue a cenar a La Aguada y la encontró a Aurora junto al histórico dirigente fundacional del peronismo Fermín Chávez. En otra mesa, el pianista Miguel Angel Estrella también era parte de los comensales. Esto de las cenas en reductos gastronómicos de Aurora, puede corroborarse con este párrafo de uno de sus cuentos : “En la calle 8 eligió un restorán pequeño y barato donde le servían la primera comida, la nocturnidad habitual de ella convertía cena en almuerzo. El avechucho llenaba el buche con pasta al tuco o milanesa y papas fritas. Siempre tragaba un cuarto de vino tinto…”
Pero volvamos al objeto en cuestión. He aquí otra cita digna de mención: “les vinieron, además, ganas de manducar sólido; Manucho ofreció a Tili escarabullos de crema, manjar digno de los cardenales. Escarabullos son postres de Galicia cocinados con finísima masa, estructurada con sémola amasada con el palo de amasar en la mesa y cortada en redondeles que adentro contendrán copos de crema blanca como nieve, dulce como almíbar..”
O esta: “.. A las doce, servirían la mesa. El almuerzo consistía generalmente en relleno de hortalizas, pastas: tallarines, ravioles, capelettinis, sorrentinos y sopas varias.. Habría algún postre; vino tinto y soda de sifón. Comían en la cocina; mesa cubierta con hoja de diario. Saciábanse..”
Y qué decir de estas metáforas culinarias?: “Las chicas decían que parecía un amaretti. Llevaba un peinado en forma de amaretti y más de una vez llevó ese dulce bizcocho al conventillo porque a Juancito le gustaba” (…) “su bocaza olía a cocina y su corpachón a pasta con tuco.”
Es tiempo de volver a la geografía platense. Un párrafo menor dentro de esta literatura exquisita motivó un lindo debate con amigos . Dice Aurora en uno de sus Cuentos Secretos: “ Paró en las calles 15 y 51. Frente al edificio había una Confitería. Pidió un vaso de whisky. Bebía y leía el diario El Día de La Plata..” De qué confitería se trata? Mi amigo Daniel Gamallo, platense entusiasta de la historia de la ciudad, se muestra desconcertado ante la consulta. Me dice que 40 años atrás, en esa esquina, funcionaba una Academia de enseñanza de escritura a Máquina llamada Regi. Pero que en diagonal a ese cruce, funcionaba el Savoy ( un restaurante). La zona era muy frecuentada por la autora, ya que ahí está ubicado el Colegio Normal 1 ( donde ella daba clases) y que es mencionado en muchas oportunidades en sus escritos. Pero me agrega mi amigo que algunos años más acá en el tiempo, en 51 entre 15 y 16, hubo un centro cultural llamado La Rosa de Cobre. Será esta la referencia escondida? Dejemos abierto el debate…
Otro de los sitios mencionados, y acá también vamos a enarbolar la rigurosidad histórica, es Bellas Artes ( en la bella zona de Plaza Rocha, para los de afuera). Dice Aurora : “ salí a comer al restaurante de Bellas Artes frugalmente almorcé y bebí una soda..” ( Fragmento de Las Amigas) Al hablar de restaurante, la escritora seguramente se refiere al buffet que funcionaba al fondo de la casa de altos estudios. Esa elevación a la categoría de restaurante es muy curiosa. En esta misma novela abundan las cenas con sopas de dedalitos, churrascos puré, y mandarinas de fruta. Y también duraznos en almíbar ( algo que ya aparecía en la premiada Las Primas)
Abandonamos por un instante la Ciudad fundada por Rocha, y nos vamos a una excursión de la Venturini a la Capital Federal: “ …Mientras iba, recordaba una cena en el restorán ,adosado a esta carnicería lujosa, donde me sirvieron bifes de prójimo con batatitas dulces y champagne en botella pequeña…” Y en la Feria de la Rural de Palermo: “ Le pregunté: cual es tu carne preferida,pollo, pavo, chivito, lechón o nonato? La más suave, suculenta a la vez, la del nonato, porque aún los huesos son cartílagos masticables..” Y al regreso : “ .. en uno de los paquetes traje postre de borrachos al ron..” y “ vinillo de la fina licorera de vidrio del Lido..”
Hay un relato monstruoso, fascinante, tal vez el mejor de sus cuentos, llamado Espécimen. En él, la comida se convierte en algo excesivo y al borde de la repulsión. Van las citas textuales: “ Con un kilo de bombones y un paquete de churros rellenos de dulce de leche, al comienzo del invierno, la visité en su gran casa..” La caja de bombones tentaba al punto de distraerla y al cabo de cada estupidez o indirecta volvía a tocarla y al fin, de un sopetón, la destapó saltándole en cachitos la etiqueta dorada donde se leía: Delicias del Paraíso, sueño de amor..” Me hace mal el chocolate a causa de los rastros que me dejara la antigua hepatitis, y me entretuve viendo al energúmeno con un churro en una mano, un bombón en la otra, que desaparecieron en su bocaza, y agarraba con la mano ya libre la tacita y tragaba. Todo el contenido de la elegante vasija de porcelana desapareció succionado por la boa constrictor..”
La misma gorda Espécimen que desayuna café y sanguches de salame. Y de madrugada bebe varios vasos de Martini Seco y otros de cerveza amarga. Y que durante el novelón siestero se sirve un vaso de whisky, algunas golosinas, y se masturba. Así es el universo de esta genial escritora.
Y he dejado para el final, al igual que en La Grande (la última novela que escribió Juan José Saer) un descomunal asado que aparece en Las Primas, y que se celebra en ocasión del cumpleaños de la minusválida Betina. Uno de sus capítulos se llama Inauguración de la Parrilla, y podemos leer: “..Mamá resolvió hacer una reunión en el fondo donde don José colocó una parrilla muy bonita para asados y una mesa larga y dos bancos también largos y sillas de paja” (…) “Cuando llegó con los paquetes y bultos y desparramó sobre la mesada las carnes que ustedes ya saben y de una caja sacó botellas de vino blanco y tinto” (…) “José luego de quitar ciertas adherencias a la pata de cordero la colocó en la parrilla rodeada de morcillas chorizos tripa gorda y chinchulines, él conocía el oficio de asador y mientras faenaba bebía vino para entonarse.” (ya he dicho mas arriba que Aurora en Las Primas prescindía casi por completo de los signos de puntuación). El momento del brindis: “trajeron el cajón con botellas de champagne y me pareció ordinario ponerlo entero en medio de la mesa junto a la torta porque tantas botellas decían claramente que ahí nadie le huía al frasco y la torta de tres pisos chocada sin querer con el cajón se desbarrancó y quedó de uno y dos caídos sobre el mantel..”
Es momento de ir cerrando esta columna. Alguien de la Editorial Tusquets, el sello que publica la obra de Aurora Venturini, me sugirió armar un circuito turístico con los sitios mencionados por ella. No es mala idea. A los que yo seleccioné para este texto podemos agregar el Pasaje Dardo Rocha, las Mil Casas de Tolosa, la frondosidad de City Bell y Villa Elisa, y algunas menciones a calle 12. Pero prefiero delegar la tarea, Aurora me ha dejado exhausto. Buenas noches.