Torta de naranja

Hace unos días, el sitio web de la hermosa librería Eterna Cadencia publicó un cuento extraordinario de una autora que no conocía. Incluído en un libro junto a otros relatos llamado Larga Distancia ( ConcretoEditorial), Torta de naranja me acercó al universo de una escritora argentina llamada Tali Goldman (licenciada en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y periodista) a quien, desde ya, le agradezco la idea madre de esta columna y le auguro un gran futuro en el mundo literario.

Básicamente, la historia se cuenta desde los ocho años de una niña correntina llamada Nilda, de la zona de Itá Baté, que aprende a hacer la torta que acompaña el mate de las seis de la tarde, y «que no sigue una receta legendaria pero a los turistas les gusta». La referencia  tiene que ver con quienes llegan en busca del Dorado, ese pez de dientes afilados que presenta dura contienda a los pescadores, verdaderas batallas que pueden durar horas, en medio de saltos y corcoveos muy vistosos por parte del también llamado Tigre del Paraná. Tanto esfuerzo empleado en su pesca, se ven compensados con una carne que casi siempre termina en una parrilla (en ocasiones rellena con los vegetales más diversos, en otras al modo pizza), y que demanda un par de horas de exposición a una brasa suave.

Apenas comenzado el relato, Nilda (..»no era ni linda ni fea, ni morocha ni rubia, ni gorda ni flaca…»)   decide escapar de ese contexto y ese destino cuando a los 18 años les dice a sus padres que se va a Buenos Aires porque no quiere pasarse la vida haciendo torta de naranja. Esa imagen empleada para simbolizar el tedio rutinario, y la repetición de las partes de una vida signada por la monotonía me pareció fantástica.

Ya en la Gran Ciudad, la vida de Nilda encuentra rápidamente oportunidades. El tono empleado para contarlo deja vislumbrar que la protagonista vive atisbos de felicidad, pero no puede salirse de las nuevas rutinas que se le presentan. Largas horas junto a ancianos a quienes les hace compañía, mirando las telenovelas de la tarde, esperando la muerte. Y cocinando tortas de naranjas, claro. La primera de ellas, para el desayuno de un hombre que le da empleo y un lugar dónde dormir. Del mate de las seis de la tarde en Corrientes, al despertar porteño en un negocio de venta de pulloveres.

Una vez que finalicé la lectura, atravesada por un marcado tono de angustia de principio a fin, sentí la necesidad de ir corriendo a sitios web de recetas en busca de algunas respuestas. Lo primero que surge es un concepto : lo esponjoso. Algo que se aplica casi exclusivamente a los bizcochuelos, cuando adquiere su masa una cierta suavidad que lo asemeja a una esponja. Presentaría esto una dificultad para Nilda, al momento de cocinar su torta, o formaba parte de una rutina más dentro de las muchas que componían su vida?

En otra de las recetas que encontré, se asegura que la única dificultad reside en batir las claras de huevo a punto de nieve, y que esto puede poner en peligro (esto lo agrego yo, siempre afecto a lo tremendista) la ya citada esponjosidad. También aparece el concepto de la humedad en la masa, ( húmedo y esponjoso parecen ser el Norte a seguir) y en algunas variantes más sofisticadas encontré el glaseado como decorado final. El tiempo de cocción, promediando las varias recetas que aparecen, habla de 40 minutos, lo que, trasladado al cuento que nos llevó a esto, podría indicar que Nilda hacía su torta de naranja sin esforzarse. Casi sin despeinarse, para emplear una figura popular.

Volviendo al cuento, en un pasaje alguien cocina masitas de coco y se las ofrece a Nilda. Una vez más la autora prescinde de cualquier tipo de descripción sobre este punto, pero mi auxilio inmediato llamado Buscador de Google me pone frente a frente una vez más con otros conceptos culinarios : fáciles, crujientes y deliciosas. Adviertan como » lo fácil» vuelve a convertirse en un valor.

Del Dorado y su lucha prolongada contra los pescadores («lo difícil») para no ser atrapado, horas peleando en una baja profundidad correntosa, a la mansedumbre de una cocina en la que un bizcochuelo sin demasiadas pretensiones termina de hacerse para acompañar vidas como las de Nilda,Nena, Atilio, Rubén, Teresa, Roberto… en fin, como las nuestras.

Hasta la próxima columna!

Alejandro Bidart

Periodista y citybellense por adopción.

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