Esta vez, el mecanismo se activó a la inversa. Una amiga lectora ( de buena literatura en general, y de estas columnas en particular) me dijo: «Hay una autora, que tiene un cuento, que puede servirte. Sol Becker, mi amiga (no la autora), dejó flotando las palabras en el viento y yo olvidé el episodio. Hasta que hace unos días lo envió a su padre como recadero con el libro ( junto a otro que yo le había prestado) y acá estamos.
Digamos ante todo que siempre es una buena idea toparse con un autor/a hasta entonces desconocido. Y Alejandra Kamiya (la autora, ahora sí) lo era para mí. Los Arboles Caídos Tambien son el Bosque esta compuesto por doce magníficos relatos, y el primero de ellos es el que nos ocupa. Antes de comenzar, debo decirles que he tomado la costumbre de escribir con música que funcione como enlace y para la ocasión hemos elegido el disco Sweet Revenge de Ryuichi Sakamoto. Obedece a que Kamiya, si bien porteña, tiene raíces japonesas. Y el relato en cuestión va ligado a las costumbres orientales.. me acompañan?
De entrada, una sentencia: “Un desayuno perfecto requiere pescado fresco y el pescado mas fresco está en los alrededores del mercado de Tsukiji. Es temporada de caballa.”
A esta altura uno ya se pregunta: va a ir al mercado tan temprano, antes de lo temprano en que habitualmente acontece un desayuno? Pues la respuesta es que sí. Inmediatamente la protagonista, hasta ahora sin nombre que la identifique, toma un tren y va en busca de la caballa perfecta. Las descripciones son minuciosas y poéticas: «las caballas tienen un reflejo azul, líneas de tigre en negro mojado, siempre mojado, como un recuerdo que nunca se seca», dice la autora. Pero aún no es suficiente. No hay que dejarse llevar por el sentido de la vista. Hay que cerrar los ojos para elegir. Hay que confiar en los otros sentidos. Ahora sí, el viaje de regreso. La caballa en una bolsa, el tiempo que apremia para que conserve su frescura, y la llegada a casa.
La caballa se corta a la mitad, y se sala. Esto último encierra un propósito: hacer que retenga en sí el espíritu del mar. Y ya es tiempo de poner el arroz en remojo. Nuevos aromas aparecen en el relato. El personaje lava sus manos con jabón de coco . Todo parece una publicidad de una agencia de viajes, hay palmeras y hay cocos. Las manos que preparan el desayuno se ponen suaves, y el arroz recibe esa suavidad antes del reposo. Acá aparece una reflexión aprendida de la filosofía oriental, justo cuando el disco de Sakamoto que escucho entra en un collage de piano y voces celestiales: «El reposo es importante en Todo.
“Tiempo de hacer el Miso Shiru, esa sopa tradicional japonesa de caldo a la que se suelen agregar varios tipos de vegetales. Lo que sigue es perfumar el agua con pequeñas anchoas secas, y en el relato vuelve a aparecer el dulzor del coco. A continuación, irrumpen el natto ( ese alimento hecho en base a soja fermentada) y el paquete de nori ( algas comestibles secas). La descripción de las algas que hace la autora comienza a anunciarnos el tono de lo que vendrá: “Nori de una negrura perfecta, como una muerte..” nos dice.
A esta altura, la idea del título del relato, Desayuno Perfecto, comienza a aterrarnos. Y ahora es cuando viene el Té. Primer brote, traído del Sur de Japón, nos cuenta. Retira el agua del fuego antes de que hierva ( una similitud que me hizo pensar en el mate, nuestra infusión) y humedece apenas las hojas. Y otra vez aparece el concepto de dejar todo a reposar. Claro, la paciencia oriental tan célebre. Y ahora sí aparece un nuevo personaje en el texto: hay un niño que duerme en un futón, y es hora de despertarlo. Y también hay un hombre, el esposo, que se prepara para un día de trabajo y obligaciones.
Últimos pasos del ritual, que a esta altura nos resulta tan abrumadoramente mecánico que comenzamos a impacientarnos. Se mezcla la mostaza con el natto, y la metáfora utilizada es la de una danza de espadas horadando el olfato. El hombre y el Niño se arrodillan alrededor del desayuno, aún desperezándose del sueño que no los abandona. El Niño empuña los tradicionales palillos llamados Ohashi. Frente a sí hay un bol donde la madre (ahora ya podemos llamarla así) rompe un huevo.
El desayuno es comido con fruición. Todos parecen felices y agradecen por la perfección con que se preparó. El Hombre y el Niño se disponen a retirarse. La mesa queda vacía. Se apilan tazas y bols, y la mujer lleva todo a la pileta para disponerse a lavar. Y ahí es cuando la tragedia llama a la puerta…
Y aún hay otro relato que merece unas líneas. Se llama simplemente Arroz, y es la narración de un ritual que todos los jueves tienen la autora y su anciano padre en el que se juntan a almorzar. Ya les dije que ella es Argentina, pero su padre nació en Japón. Comen en el patio de un restaurante de San Telmo, y conversan. De repente, en medio de una frase, el hombre dice “limpiar arroz” y lo acompaña de un gesto realizado con los dedos como si estuviera ejecutando dicha labor. Su hija inmediatamente pone en acción la memoria, e imagina los arrozales que alguna vez vio en Japón. Pero rápidamente la imagen se trastoca en la crueldad de la guerra, los aviones sobrevolando la escena, y los bombardeos sobre los juncos verdes.
Finalmente deciden ordenar el almuerzo, al que por costumbre el anciano elige dispuesto en varios platos. Y la charla que deriva en una noticia inesperada ( que aquí no vamos a revelar) El final del cuento nos trae la explicación del por qué del título: el hombre utiliza el cultivo como metáfora de vida: Cuanto más lleno está uno, cuanto mas educado es, más humilde. Uno se inclina como la planta de arroz, por el peso de los granos.” Y vuelve a hacer el gesto anterior con los dedos…
El disco de Sakamoto ha finalizado. Es hora de que esta columna también lo haga. Ojalá siempre haya en sus vidas gente que les recomiende libros hermosos como Los Arboles Caídos También Son el Bosque. Ojalá , de verdad.
Hasta la próxima.