Manjares y elixires de la burguesía alemana

¿Ya les he contado por acá de mi devoción por la literatura del Premio Nobel alemán Thomas Mann? Pues bien, es hora de introducir esta columna. Días atrás, en la librería de usados de nuestra ciudad en la que abrevo varias veces por año, tuve la dicha de encontrar una novela del autor de “Muerte en Venecia” que me faltaba.

En una ajada edición de 1947, y a un precio módico, me traje “Confesiones del Aventurero Félix Krull”, una pequeña y picaresca novelita a la que el escritor completó en varias partes y en distintos períodos, principalmente en la primera década del Siglo XX. Y para mi sorpresa, en contraste con otros textos de mi admirado autor como Los Buddenbrook, Las Cabezas Trocadas, La Engañada o Tonio Kroger, aparecieron muchas descripciones de comilonas, reductos gastronómicos, y todo lo que nos ocupa en este sitio web. De modo que ahí voy….

Se supone que Mann realizó una parodia de la autobiografía de Goethe, a quien por otra parte homenajeó en la bellísima Carlota en Weimar, aunque hay quienes creen que en realidad se trata de confesiones autobiográficas del propio autor con lo cual el ficticio Félix Krull no sería otro que el mismísimo autor de la Montaña Mágica.

Resumirles el texto no es el propósito de esta columna, pero sepan que se trata de la historia de un hombre que recuerda su infancia y juventud en medio de la burguesía que habita un poblado al oeste del codo que forma el Rin en Mainz, una zona de aldeas protegidas de los vientos por las montañas del Rheingau, donde prosperan famosos viñedos.

Ya desde las primeras evocaciones, el Señor Krull recuerda a su Padre ( propietario de un Viñedo donde se fabrica un conocido champán)” sentado en el jardín de alguna posada saboreando con infinita satisfacción un plato de cangrejos y una botella del áureo zumo de la vid”.

La firma del Padre del narrador (no sabemos si de verdad existió) aparece mencionada como Engelbert Krull, productora de la desaparecida marca de champaña “Lorley extra cuvée” ( tampoco sabemos si es imaginería del autor esta marca), y sus bodegas se situaban a orillas del Rin, a poca distancia del embarcadero. Lo que voy a transcribir a continuación, es un fragmento textual (dale Bidart, tenés pocas ganas de laburar!) porque ya les he dicho que amo la pluma de Thomas Mann y me parece una picardía privarlos de esta belleza ( otra excusa más para no esforzarte, Bidart):

“Siendo muchacho, vagué entre sus bóvedas frías, paseándome indolente y pensativo por los pasillos que se abrían paso en todas direcciones por entre altas estanterías, contemplando los ejércitos de botellas que descansaban allí semi acostadas” (…) “ Allí estáis, sepultadas en subterránea penumbra, mientras en vuestro interior se dora y sazona en silencio el áureo licor espumante destinado a reanimar más de un corazón débil, a despertar en más de una pupila un fulgor más brillante. Aún estáis desnudas y sois modestas, pero algún día os elevareís al mundo luminoso trajeadas con soberbia, para lanzar vuestro tapón con alegre estampido en fiestas y bodas, esparciendo entre los hombres la frivolidad y el place“.

¡Que belleza!, verdad? Claro, parece que la firma Engelbert Krull le daba mucha importancia a la presentación de dichos productos, a esos toque finales que (para mi desconocimiento) se les llama Coiffure (algo a lo que, desde que tengo conocimiento, traducimos como Peluquería). Y las descripciones siguen (y Bidart, holgazán, cita párrafos enteros para ahorrarse esfuerzos porque hace calor mientras escribe): “Los tapones prensados estaban asegurados con alambres plateados e hilos dorados, de los que pendía un solemne sello redondo, por el estilo de los que aparecían en las bulas y antiguos documentos oficiales; los cuellos estaban recubiertos con brillante papel de estaño y cada botella lucía una etiqueta con dorados arabescos, proyectada para la firma en la que aparecían escudos y estrellas, el nombre de mi Padre y la marca Lorley Extra Cuvée en letras de oro y la figura de una mujer desnuda, adornada con brazaletes y collares, sentada en la cima de una roca, con las piernas cruzadas, peinando sus cabellos, que el viento hacía ondear..” Podemos interpretar que dicha etiqueta no era muy acorde al tipo de producto que representaba. Pero… cuánto alarde de creatividad, no es cierto?.

Y como era de esperarse, al tratarse de una familia burguesa con pretensiones aristocráticas, siempre había fiestas. Nos cuenta el autor que los invitados llegaban a su casa a las siete, para la cena. Y que la mesa era siempre abundante : “Mi padre bebía champaña con soda, y había un gran número de platos distintos preparados con delicadez por un experto primer cocinero de Wiesbaden. Especialmente bocados para despertar el apetito, helados y platos picantes. La champaña corría a raudales, pero también había otros buenos vinos, como el Berncastler Doktor, cuyo aroma me agradaba de modo especial. Había refrescos, ponches, bocadillos, limonadas, ensaladas de arenques y gelatinas de vino. Todo esto no se acababa hasta el café de la mañana”.

Pero tal vez la parte más controversial de la novela sea el capítulo dedicado a la actividad de ladronzuelo del autor. ¿Ladrón de qué cosas? ¡Pues de golosinas!.  El asunto es así: cierta mañana, al pasar camino a la escuela por un negocio de comestibles finos que surtía a la gente más distinguida de la Ciudad, el autor ingresa en el mismo y se encuentra solo durante un buen rato. No aparece en ningún momento el empleado o despachante, por lo que decide cargar sus bolsillos con algunas golosinas y escapar. La descripción del interior del negocio es una pequeña maravilla literaria (uf, otra vez vas a citar textual, Bidart).

“Era mas bien pequeño, pero muy alto y estaba atestado hasta el techo con las cosas más exquisitas. Desde la altura colgaban jamones y salchichas de todos los colores y formas, blancas, amarillas, rojas y negras, unas redondas y lisas como bolas, otras largas y nudosas, parecidas a sogas. Latas y conservas, cacao, té, vasos multicolores con mermeladas, miel y frutas en almíbar, botellas esbeltas o panzudas, con licores y esencias de ponches, llenaban las paredes desde el piso hasta el techo. En las vitrinas del mostrador, en platos y fuentes, se ofrecían pescados ahumados, caballas lampreas, lenguados y anguilas.

También había bandejas con ensaladas italianas. Sobre un trozo de hielo abría sus pinzas una langosta; en cajitas abiertas brillaban doradas y grasientas anchoas. Platos con frutas escogidas, frutillas y uvas, que recordaban las de la Tierra de la Promisión, alternaban con pequeñas construcciones de latas de sardinas y las apetitosas blancas cazuelas, en las que se guardaba el caviar y el paté de foie.

Desde un tablero colgaban, con los cuellos hacia abajo, numerosas aves cebadas, pudiendo verse además carnes frías, listas para ser cortadas, como lo demostraban los largos y grasientos cuchillos; Rosbif, jamón, lengua, jamón ahumado y pecho de pavita. Grandes campanas de vidrio cubrían los quesos más diversos, que lucían como crema dorada dentro de su envoltura de papel de estaño. Bombones de la mejor calidad, envueltos en papel estañado de vivos colores y rellenos con dulces, licores o cremas perfumadas. En medio de estas se distribuían en ostentoso derroche alcauciles y atados de espárragos, trufas y preciosas salchichas de hígado en papel de estaño, y en las mesitas había latas abiertas llenas de exquisitos bizcochos, pilas de relucientes y tostados budines de miel y copas de vidrio que parecían urnas plenas de bombones y frutas almibaradas. Yo admiraba todo aquello, inmóvil y fascinado, deleitándome con la agradable atmósfera del local, en la que se mezclaba el perfume del chocolate y el de la carne ahumada con las emanaciones de las trufas.. Era un cuento de hadas…”.

Prefiero ahorrarles los detalles finales de la novela, pues este cuento de hadas comienza a romperse cuando el mundo irreal en el que vivía esta familia se ve interrumpido por la quiebra y el derrumbe económico debido a malas decisiones y empecinamientos. Pero qué bueno y hermoso fue todo mientras duró; podría ser el epitafio familiar de los Krull.

Hasta la próxima!!

Alejandro Bidart

Periodista y citybellense por adopción.

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