A lo largo de estas columnas, de cuyo número he perdido la cuenta por pereza de guardarlas, hemos hablado de libros cuyos autores mantienen algún tipo de relación amistosa para con el buen comer. Algunos más algunos menos, en estas páginas o pequeños fragmentos encontré (y compartí con ustedes) algo de lo que en Tuco Web nos une y nos reúne frente a una mesa: placer por el arte de elaborar y servir y dar cuenta de alimentos para hacer mejor nuestra existencia.
Pero resulta que por estos días estoy en medio de la lectura de una novela que me ha desconcertado bastante. Se llama «Una Historia Ridícula», y la escribió un español de Badajoz muy famoso en su país y gran parte de Europa llamado Luis Landero. El desconcierto viene por el lado de que está escrita en el presente,pero parece que hubiera sido en los albores del siglo XX. El lenguaje empleado, las formas de relacionarse de los personajes, las situaciones amorosas, todo,pero todo, remite a la forma de escritura de ciertos tipos de autores que ya no se encuentran. Debo admitir que pese a esto, Landero maneja la ironía y hace gala de un humor permanente que nos pone inmediatamente en nuestro tiempo. Pero dudo, y los digo con mucho respeto, que sea un tipo de literatura que pueda prender en las nuevas generaciones.
Aún así, hay un fragmento de la misma que me hizo ir y volver las páginas, y tiene que ver con uno de los personajes colaterales al que se le atribuye un pecado bíblico: La Gula. Según las religiones cristianas, la vida es irrenunciable, de ahí que un apetito desmedido es aquel que causa problemas de salud que interfieren en el estado físico y en el comportamiento moral.
Pero Landero utiliza un concepto muy interesante: Dice que su personaje «se ponía ciego de comer..» Y que a causa de ello perdía por completo la compostura y hasta la dignidad. Y agrega » comía y bebía muy aprisa, con ansia,con ferocidad..casi con saña vengadora..»
Todo esto, claro, conceptos enfrentados con los objetivos que perseguimos en este sitio web: goce y disfrute plenos. Pero aún así, y tal vez para contraponer esta desgraciada característica del personaje (un señor llamado Ibáñez), el autor hace una enumeración de alimentos que nos devuelven el sano apetito: albóndigas, calamares, cochifrito (esa delicia propia de la cocina de Segovia hecho en base a carne de cerdo), riñones, ensaladilla rusa, bonito con tomate ( ese pescado carnoso al que los vascos suelen meter en el relleno de empanadas), torreznitos (esas tiras de tocino crujientes salteadas a la sartén) o los adictivos callos.
A este punto de la escritura de la columna, he de confesarles que los párrafos precedentes ya fueron enviados a miembros de mi familia relacionados con la cocina española para que me adelanten sus impresiones, y dos de ellos han coincidido en un punto: la mejor receta de Bonito con Tomate que vas a encontrar en la web, es la de Karlos Arguiñano (sí, el cocinero vasco que en los 90s tenía su ciclo en los mediodías de Canal 13).
Pero he reservado el último párrafo para una pequeña sentencia que profiere el personaje principal de la novela en cuestión, un tal Marcial, hombre dedicado a las labores de la industria cárnica, que alguna vez incluso fue matarife, y que en un momento enfrenta al tal Ibáñez enfermo de gula y le espeta: «Vamos, Ibáñez, coronese de laurel, abandónese a los placeres de Baco y de Carpanta..». Doy por sentado que mayormente todxs sabemos que Baco era el dios griego del vino , dedicado a la vid y a la fertilidad, y a quien los campesinos se encomendaban para tener una buena cosecha. De hecho, a algunos borrachines, les dicen discípulos fervorosos de Baco,pero esa es otra cuestión.
Pero quiero detenerme en Carpanta. Según la Real Academia Española, tan mencionada en estos últimos tiempos debido a la polémica por el lenguaje inclusivo, Carpanta es un hambre atroz. Desmedido.Violento. Algo perfectamente aplicable al personaje de Landero, el de la gula, el que estaba ciego de comer. Por estas latitudes no es frecuente el uso del término, y eso motivó que se los contara.
Pero hay algo más: En España, en pleno franquismo, fue muy popular un personaje de historietas llamado de ese modo. Su autor, José Escobar, lo publicaba en la revista Pulgarcito. Se trataba de un vagabundo que vivía debajo de un puente, y que amaba la comida con devoción. Los amantes de la historieta gráfica, si buscan estas tiras en la web, estoy seguro que notarán un cierto parecido en los dibujos con el personaje de Don Nicola (la genial tira de Héctor Torino, que retrataba los conventillos de la Boca, y que podemos encontrar en las fondas y restaurantes de dicho barrio porteño en algún cuadro a modo de decoración).
Para finalizar, y a modo de excusa, les cuento que en todos los capítulos de Una Historia Ridícula, su autor presenta personajes a los que de inmediato abandona, y siempre aclara: sobre este punto voy a volver mas adelante. Para esta columna, ya es tarde. Si ha quedado muy desordenada, vayan mis disculpas.
Hasta la próxima!