El Barbizon: sabores de Manhattan

De acuerdo, es un título desafortunado. Tal vez no sea malo, pero es engañoso. Tras muchas vacilaciones quedó, pero no se fíen de él. Voy a armar esta columna a partir de un libro extraordinario que acaba de aparecer, y cuya lectura me demandó varias semanas debido al torrente de información, data, personajes, sucesos históricos y detalles varios que lo componen.

«El Barbizon, el hotel que liberó a las mujeres», de la  Checoslovaca (radicada en USA) Paulina Bren es una investigación descomunal. Centrado en la historia del legendario hotel que sólo aceptaba mujeres entre sus huéspedes, construido en 1927, y por el que pasaron actrices, escritoras, diseñadoras de modas y hasta una sobreviviente del Titanic, es un ensayo minucioso de Nueva York en el Siglo XX.

Desde los finales de la Primera Guerra Mundial, pasando por la Gran Depresión, la Ley Seca, la Segunda Guerra, el Macartismo, el surgimiento del feminismo y hasta la caída de las Torres Gemelas, todo está contado con profusión de detalles a lo largo de sus más de 340 páginas. La irrupción de la Nueva Mujer, “una mujer que intentaba ser más que hija esposa madre… que quería independencia, liberarse de la opresión, beber, fumar, coquetear, dejar el tobillo a la vista…” Muchas de esas chicas, llenas de sueños, llegaron hasta el mítico hotel en el 140 de la Calle 63 Este. Desde el interior del país a la Gran Ciudad.

Una ciudad musicalizada con el cuarteto de Benny Goodman de fondo, en la que las Cadenas de cafeterías habían sido fundadas por la comunidad Griega y que tenían vasitos descartables con la leyenda “Estamos Felices de Servirlo”. En la que en tiempos de la Ley Seca, y en forma clandestina, se consumían tragos de contrabando a un dólar, pero se comía a precios irrisorios. Donde en el menú solamente había sopa de cebollas con whisky escocés contrabandeado, brandi y whisky de centeno..” Sitios en los que era frecuente ver comiendo esa sopa exquisita, entre otros, a la gran Marlene Dietrich.

En el Harry Hansberrys Clam House, un sitio gay friendly de Harlem , servían una cena con platos Gourmet de langosta a la manteca a precios ridículamente bajos que no cubrían siquiera el costo de los ingredientes, pero que eran subsidiados por la venta ilegal de alcohol.

Estos manjares, refiere la autora, eran servidos por chefs franceses que habían abandonado los restaurantes lujosos de Nueva York. Otro ejemplo: “En un speak de Park Avenue, Monsieur Lavaze servía la cena en un lugar de techos verdes arqueados. El cordero del menú era provisto por una granja especial de Ohio y cada mañana un tren expreso descargaba 13 kilos de Pompanos ( un tipo de palometa específica y exclusiva de la Costa de Florida, según la traductora del libro) para la elaboración del pompano bonne femme que se servía con salsa de mostaza, y cuyos restos se repartían al final de todo entre el personal.”(…) «Su langosta Lamaze estaba en boca de todos, y no era extraño que ofreciera caracoles de Borgoña o jabalí salvaje de los Vosgos.” (…) “No había menú, sólo un portapapeles con los platos del día. 1 dólar para almorzar, 2,50 dólares para cenar. Ni siquiera cubría el pasaje en tren de los pompanos”.

A todo esto, y volviendo al Hotel Barbizon que constituye el eje sobre el cual se construye esta increíble crónica de Nueva York, hay que decir que en su interior no estaba permitido almorzar o cenar . De hecho, en las habitaciones , los electrodomésticos para cocinar estaban prohibidos debido a que podían provocar incendios. Por esta razón, las huéspedes mujeres, salían a comer afuera. Por ejemplo, a la Cafetería de Autoservicio Horn & Handart en la calle 57 y la Sexta Avenida, de origen alemán, y equivalente a un local de comida rápida de ahora.

En este lugar, en medio de bancos plateados Art decó, había máquinas expendedoras que funcionaban con monedas. Se giraba una perilla, se abría una puerta de vidrio, y podía salir un café de un pico de plata con forma de cabeza de delfín. En la cocina del lugar, de origen alemán, se ofrecía Bife Salisbury con puré de papas”.

   

Creo que ya es momento de ponerles nombre y apellido a las Chicas del Barbizon: Entre las más famosas, y que llegaron al lugar siendo desconocidas que buscaban ganarse un lugar de relevancia en un mundo esquivo para con el género femenino, podemos mencionar a Grace Kelly, Sylvia Plath, Joan Didion, Katlyn Smith ( de Los Angeles de Charlie), Liza Minelli, la mamá de Uma Thurman, Molly Brown ( sobreviviente del Titanic), etc.

Chicas que llegaban con unos pocos dólares ahorrados, y que vivían ajustadas pero felices. Chicas que al ir al bar de Malachy Mc Court (el hermano del autor de Las Cenizas de Angela) y contar uno a uno los centavos para tomar una cerveza o una gaseosa, casi siempre eran invitadas por la casa con una hamburguesa gratis. Aún así, en el Lobby del Barbizon, se podía comprar café, jugo, un huevo, y dos rodajas de tostadas por 0,50 centavos de dólar. A menudo, estas chicas comían sólo eso durante todo el día. El café con leche se servía en una gran taza de cerámica blanca, acompañado de una factura danesa con forma de garra de oso.

Las más afortunadas, y que lograban insertarse en la vida social de Nueva York, tras la Gran Depresión podían vivir noches inolvidables. En un párrafo del libro, se transcribe un fragmento de una carta que la jovencita Neva Nelson le escribe a su madre desde el Barbizon hacia el interior profundo donde la madre vivía, y que es un cabal de ejemplo de como eran esas noches: “Todo fue gratis, así que por supuesto tomamos champagne y después comimos camarones y bailé con Harold, después vino la ensalada, después bailé con John, mas tarde comimos pollo a la barbacoa, después comimos una tercera porción de helado de pistacho .Luego volví a bailar con John, que ya iba por su noveno vaso de whisky”.

Otra afortunada, Janet, en su primer día neoyorquino  fue invitada a almorzar por un reconocido editor al Ivy Room del Hotel Drake, y cuenta que consumió un lujoso filete de lenguado francés con láminas de oro ( 3,95 dólares) , Café ( 0,50 dólares) , Helado ( 0,70 dólares) . Todo eso, en días en que la mencionada Janet, sobrevivía con apenas 2 dólares por día. Mientras tanto, por aquel entonces, todos en Nueva York bebían Manhattans y martinis enormes, y en cualquier lugar de la Tercera Avenida cenar una berenjena a la parmesana costaba un dólar”.

Y ya que mencionamos a un editor, voy con un textual: “El almuerzo, al igual que los sombreros, ayudaba a definir el orden jerárquico editorial : las jefas de redacción frecuentaban Láiglon, donde pedían Biftek Hache (hamburguesas a la francesa) y Bloody Mary. Ella estaba casi siempre en el Salón Bayberry del Hotel Drake almorzando con el escritor del momento Dry Sack ( jerez) de aperitivo y algo saludable, como hígados de ternera de entrada. Los redactores y otros tipos literarios mordisqueban salchichas en el French Shack o tomaban martinis en un restaurant llamado Barneys” (…) “El sándwich de ensalada de huevo, que estaba colmado de berro, era el mejor de New York.”

Pero las mujeres de la Revista también hablaban maravillas de la Torta del Diablo de Hamburguer Heaven, la torta de coco del Womens Exchange, sundaes en Schrafft´s, en la calle 57, y el sitio Hamburger Heaven (situado enfrente del Barbizon). Este último sitio, aparece en la novela de Sylvia Plath La Campana de Cristal con el nombre levemente modificado, y con este detalle: “sirven hamburguesas gigantes y sopa del día y cuatro tipos distintos de tortas en un mostrador muy limpio que da a un espejo largo y brillante».

Más acá en el tiempo, ya en el año 1984, nos cuenta que el Menú del Café Barbizon, en el entrepiso, presentaba el clasicismo de todo lugar de Cocina Internacional, con comidas como palta rellena de camarones noruegos, ensalada de pollo con curry y perejil, ensalada de papas con pedazos de panceta y cebolla de verdeo, arroz con leche Barbizon y brownie a la mode. Y una última semblanza, situada en los actuales años 2000s: poco a poco, el Barbizon fue cambiando de manos y reconvertido en otras cosas“ (…) «El Melrose, que apuntó a una multitud de alto nivel; el restaurant Landmark y el Library Bar del vestíbulo. Cada día, una señora mayor entraba, se sentaba y pedía una taza de té con un chorro de coñac de 220 años, el Louis XIII, que costaba 375 dólares”. Algo solamente posible, en la llamada Ciudad de los Sueños…

Hasta la próxima.

Alejandro Bidart

Periodista y citybellense por adopción.

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