La Dorita: la parrilla que marcó estilo en Palermo

Veintiún años después, sigue siendo un punto de referencia porteño. Achuras, cortes a la leña y una estética colorida se combinan en un ambiente que respira argentinidad por cada rincón. Desde la entrada, el cartel de neón invita a pasar a un salón vibrante donde conviven obras de Marcos López, Leonel Luna y Facundo de Zuviría, guirnaldas de luces, pingüinos de vino intervenidos y murales que celebran la identidad local.

La propuesta gastronómica mantiene el foco en la calidad del producto. Las carnes provienen de novillos criados a pastura, y los bifes dry aged -madurados durante 60 días en cámara propia-  son uno de los secretos mejor guardados de la casa. En la parrilla se lucen los clásicos: mollejas de corazón, chorizo puro cerdo, asado del centro, ojo de bife y una morcilla que se ganó su propio club de fans.

Para abrir el apetito, nada mejor que el choricampi, un chorizo envuelto en pan de campo con mozzarella y cebolla caramelizada, o las empanadas de carne cortada a cuchillo. Las guarniciones son las de siempre, pero impecables: papas fritas doradas, puré cremoso y ensaladas frescas.

También hay lugar para los vegetarianos, con una parrillada de vegetales, bocaditos de acelga con mayonesa de sriracha y una tortilla de papas con corazón de provolone que se volvió emblema. Fuera del grill, la carta ofrece platos de cocina argentina clásica como la milanesa de bife de chorizo o pastas caseras rellenas con ricota, espinaca o lomo.

El final tiene gusto a infancia: panqueques de dulce de leche Chimbote, flan con crema y dulce, vigilante o el infaltable volcán de chocolate con helado. La carta de vinos acompaña con etiquetas de bodegas como Catena Zapata, La Rural y República del Malbec.

Con su espíritu cálido, su cocina honesta y ese aire festivo que la distingue, La Dorita confirma por qué sigue siendo una de las parrillas más queridas de Buenos Aires. Un clásico que no se detiene, donde cada comida se siente como una celebración.