La entrada al invierno francés

Luego de andar por algunos países vecinos, volvimos a Francia. Nos acercábamos al inicio del invierno y por ende, a nuestro próximo trabajo de temporada. Elegimos pasar unos días en Grenoble, para esperar las respuestas de algunas propuestas laborales, mientras lo íbamos conociendo y recorriendo. Podemos decir que comenzamos a sentir la llegada de la temporada invernal y con ella, el cambio en la gastronomía.

Todo lo que íbamos a probar sería ideal para pasar de la mejor manera el frío, las lluvias y
estoquearse de calorías. En las mañanas de paseo el Gateau Dauphinois era nuestro compañero ideal, una torta de masa sablé, mantecosa, rellena con nueces y miel. Viene de diferentes tamaños, nosotros llevábamos a todos lados el individual, cual alfajor.

Para nuestras comidas caseras, pasábamos por Saint Jean, una fábrica de pastas francesa desde 1935, reconocida por la calidad y productos seleccionados, como por ejemplo, los Quenelles Brochet con salsa Nantua, una salsa a base de bechamel y manteca de cangrejos. Realmente una combinación clásica, muy conocida, que no podíamos dejar de probar. Como también los Ravioles du Dauphiné de la misma fábrica, unos mini ravioles rellenos de queso fresco, comté y perejil, sublimes.

Fueron parte de las compras del supermercado las diots, unas salchichas con nuez moscada que también participaron de nuestros platos caseros. Pero no todo se reducía a nuestra morada, por más que el tiempo ayudara a hibernar. Nuestra visita fue a fines de Noviembre, principio de Diciembre, de las mejores épocas para recorrer todos los mercados navideños de la zona. De hecho fue nuestro primer gran mercado de Noel en Francia, donde conocimos a Chez le Per’Gras, uno de los puestos, y su vino caliente, el mejor que probamos en todo el invierno. Lo acompañamos con dos platos típicos, el Chausson de St-Marcellin, con el famoso queso de vaca de la zona que lleva el mismo nombre, y la Barquette de boudin blanc, rellena de una especie de salchicha blanca.

      

Los mates de la tarde los maridamos con Pandoro, un brioche de manteca, típico de la época
navideña. Puede asemejarse con nuestro pan dulce pero solo se ve masa al cortarlo, no tiene
relleno, ni frutas, ni chocolate, solo esta finamente espolvoreado con azúcar impalpable. Los anfitriones, las personas que nos hospedaban, nos daban siempre nueces, es allí donde nos
enteramos que la Nuez de Grenoble tiene una Denominación de Origen Controlada, específicamente cultivada en el valle del Isère.

También nos despidieron con la famosa Raclette pero lo que sin duda la caracterizó e hizo única fue el bleu du Vercors-Sassenage un queso de vaca que hasta el 1338 fue reservado sólo para los monjes, hasta que se autorizará su venta posteriormente, permitiendo que hoy podamos disfrutar de este suave y untuoso queso. Además, se puede degustar como aperitivo o como postre, con una rebanada de pan de nueces.

El brindis final, para despedirnos de esta hermosa ciudad, fue con Chartreuse, un licor natural que se elabora desde el siglo XVIII. Lo componen 130 plantas, y su receta permanece en el mayor de los secretos. Ofrece dos variedades el verde y el amarillo con menos graduación alcohólica, pero ambos sabrosos y grandes compañeros del frio que se avecinaba.

   

     

   

             

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