por Era la primera temporada de invierno viviendo en Francia; nos queríamos poner a prueba con el frío, pero frío de verdad. Nos costó mucho pero al fin conseguimos trabajo en Courchevel, una reconocida estación de esquí. De hecho forma parte de Les Trois Vallées, el dominio esquiable más grande del mundo.
Vivimos entre las montañas nevadas y el lujo desmedido por casi 5 meses. Ambos trabajamos en el mismo hotel, donde teníamos el almuerzo y la cena cubiertos como parte del contrato laboral. Debemos decir que a los empleados, nos trataban muy bien, se comía muy rico y abundante!
Ubicado en el departamento de Savoie, sobresaliente por sus productos con Apelación de Origen Controlada, entre ellos: los quesos, famosos por su calidad y diversidad con una nota bastante sorprendente por los pastos donde se alimenta el ganado, que alcanzan los 2.500m de altitud. Los vinos, altamente valorados, y sus licores la Chartreuse que probamos en Grenoble, el licor de pera Williamine, el Génépi un licor de hierbas o los licores de arándanos.
Entre los platos que más consumimos se encuentran la raclette, la fondue de quesos/chocolate, la tartiflette utilizando el queso Reblochón gratinado, pato en diferentes preparaciones o salsas.
Durante la temporada, al finalizar la jornada de esquí, era muy común ver diferentes escenarios, con músicos, espectáculos artísticos, simuladores de Game of Thrones con actores incluidos, malvaviscos para comer en pequeñas fogatas, espectáculos de descensos por la montaña con antorchas, fuegos artificiales. Y bueno, todos los festejos eran acompañados con vino y sidra caliente, más las típicas rodajas de pan con queso fundido encima.
Nuestras rutinas y trabajo se vieron interrumpidos por el famoso COVID-19. Los complejos hoteleros cerraron sus puertas y las actividades del centro de esquí fueron suspendidas. Fue así que la familia dueña del hotel nos invita a pasar los 15 días de cuarentena con ellos. Su generosidad rompió nuestros miedos, cuando el día 11 nos cuentan que se volvían a sus ciudades, pero que nosotros podíamos quedarnos allí hasta que todo esto pase. Fue así que nos quedamos aislados del mundo en el medio de la montaña, solamente con nuestro amigo, el chef patissier del hotel.
Con las heladeras llenas de mercadería y la luz verde para comer todo lo que quisiéramos, llegaron nuevos descubrimientos a nuestras vidas. De otra forma no hubiéramos podido probar la gran variedad de productos sofisticados, ostentosos… deluxe. Porque cuando dijimos que vivimos casi 5 meses “entre las montañas nevadas y el lujo desmedido” nos referíamos a nuestras meriendas con caviar, a las delicias pasteleras impensadas.
Degustamos quesos increíbles y descubrimos otro elemento importante de la gastronomía de los Alpes franceses la carne y la charcutería de montaña, es decir, cerdo, carne de res (¡había carne argentina de exportación!), diots o salchichas y todos los fiambres que se utilizan para la raclette o en las picadas.
Además, la miel alpina de sabor particular dado por la flora autóctona, la comíamos simplemente con pan o sobre las pizzas caseras que hacía Facu, con queso de cabra.
En cuanto a los desayunos, meriendas y postres, era nuestro amigo quien los elaboraba. Nos agasajaba con lo que nosotros llamamos facturas: croissant, escargot aux raisins (rolls con pasas de uva), pain au chocolat, beignets o berlinesas. También con tartas de manzana con caramel beurre salé, cheesecake, brownies, acompañados con café, chocolate caliente, yogurt de Savoie y obviamente con mate.
Los atardeceres y noches heladas podían ser acompañadas por cerveza local, whisky, chocolates, todo lo que ayudara a subir la temperatura.
Cuarenta y cinco días después, encontramos la forma de bajar de la montaña y trasladarnos hacía una nueva forma de viajar.
Seguí las aventuras de Manu y Facu en Instagram: @chonesxelmundo / @cieloytierra_ar
