por Nuestro recorrido por el mundo comenzó en Francia, donde vivimos desde hace 14 meses. Si nos preguntan qué es lo que vamos a extrañar cuando nos vayamos, la respuesta unánime y sin pensar es: ¡los quesos!.
En medio de una charla con un francés sobre lo que no podíamos dejar de probar en su país, nos resaltó los quesos e incluso nos advirtió “empiecen ahora porque hay un queso para cada día del año”. Hoy podemos decir que nos mintió, ¡hay muchos más!
Nuestro primer trabajo fue en la temporada de verano 2019, en el rooftop de un shopping, en la Costa Azul. Además de conocer desde adentro una cocina francesa, pudimos elaborar nosotros mismos algunos de los platos típicos que salían en l’après midi o la tarde: Croque-monsieur, Croque-madame con queso Emmental o Gruyère, así como variedades de tablas de quesos con Coulommiers, Fromage de chèvre (queso de cabra), Roquefort, Cantal, Comté, entre varias opciones más. Durante el verano se pueden ver los restaurantes y bares con terrazas, repletos de gente durante todo el día, es por este motivo que siempre hay platos u opciones para los distintos momentos de la jornada y los quesos siempre están presentes.
De viaje por París, Bourdeaux, Bayonne, y algunas otras ciudades de la región Centro-Val de Loira, seguimos probando distintos tipos de quesos como Valençay, Crottin de Chavignol, Rocamadour, Ossau-Iraty, Brie, Morbier. Pero si hablamos de panzadas calóricas, tuvimos miles durante nuestro segundo trabajo durante la temporada invernal 19/20 en un hotel de los Alpes Franceses. En esta región son reconocidos los quesos de Savoie (nombre del departamento), tiene una marcada diferencia en su sabor, son mucho más fuertes y suelen usarse particularmente para cocinar platos típicos como la Tartiflette (con queso Reblochon), Raclette y Fondue de quesos, aunque otros se degustan en las tablas, que se preparan para el Apéro y ¡son de nuestras preferidas! Era realmente una caricia tibia para el alma en medio de una gran nevada o los grados bajo cero.
La aparición repentina del COVID-19 cambio nuestros planes rotundamente, la gran travesía por otros países de Europa que teníamos planeada, fue cancelada. En medio de la cuarentena vimos la oportunidad de poder hacer algunos voluntariados, experiencias que teníamos pendientes y no encontrábamos el momento para llevarlas a cabo. Así fue que nos trasladamos a Normandía y luego a Bretaña.
En cada uno de los voluntariados (en total 4) convivimos con personas extraordinarias que nos metieron de lleno en las costumbres locales y particulares de cada hogar. Todas tuvieron algo en común: la forma de consumir los quesos (algo nuevo para nosotros). Luego del plato principal y antes del postre, en ese preciso instante va ¡el queso!. Una tabla, dos o tres quesos, pan y tal vez alguna mermelada de tomates verdes o pimientos hechas por ellos mismos.
En primera instancia nos sorprendió, estábamos acostumbrados a las picadas o comerlos como ingredientes de algún plato, hasta pensamos que era el postre… pero no tardamos en acostumbrarnos y desear que en cada comida llegue ese momento en que se hacía presente la tabla. Estos quesos podían ser Camembert, Coeur de Neufchâtel, Pont L’Eveque, Epoisses, son más suaves a los que veníamos probando y casi su totalidad están hechos con leche de vaca, como todo lo característico de estas regiones.
Los quesos se hicieron parte de nuestro viaje, no sólo disfrutamos comerlos sino todo el ritual que implica conseguirlos. Es muy fácil ir al supermercado y tomar uno de la góndola, pero para nosotros ir al mercado local, hablar con la persona que los vende y la mayoría de las veces los madura, que nos cuente el proceso, oriente nuestra elección en base a nuestros gustos o para que usarlos, que nos dé para probar y que la próxima vez nos salude con un gesto amigo, es para nosotros una experiencia completa y más que enriquecedora. Aún nos quedan unos meses más aquí, y ya sabemos de antemano que se aproximan nuevas aventuras francesas maridadas con quesos.
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